"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

martes, 31 de enero de 2012

Viaje 2012 VIII: Valle Sagrado de los Incas

El grupo se fragmentó una vez más. Ary y Carla contrataron un tour para ir en bici a Machu Picchu, mientras Nico y Paula se desligaron de nosotros por manejar tiempos e intereses distintos. En fin, se conformó la siguiente trilogía: List, el Hippie y yo. La poco numerosa (mas no por eso menos aguerrida) tropa resolvió dejarse de joder con los alojamientos arancelados y empezar a delinear un sendero propio.


El “Valle Sagrado de los Incas” está conformado por un conjunto de valles, montañas y ríos que fueron habitados y venerados por la civilización andina. Sectores agrícolas, urbanos, militares y religiosos se despliegan por todo el territorio, que se extiende desde Písac hasta Machu Picchu.




Llegamos a Písac la noche del 26 de enero y cenamos un menú económico a una hora inusual: las siete de la tarde. Para las ocho el pueblo era ya un absoluto desierto: nadie en las calles, y un silencio sepulcral sólo interrumpido por el rumor ocasional de las siempre presentes moto-taxis. Comenzamos a caminar. El oscuro contorno de las montañas aledañas despertaba en nosotros ansias de des-civilización. Era el llamado de la naturaleza.

Saliendo del pueblo a pie por la ruta nos topamos con una montaña que consideré escalable. Mientras List y el Hippie se quedaron cuidando los bolsos, yo escalé en la oscuridad, linterna en mano, en busca de un lugar propicio para el acampe. Lastimándome las manos con los cactus y tratando de evitar las piedras quebradizas llegué a una pequeña porción de tierra que ofrecía suficiente horizontalidad como para armar las dos carpas que habíamos conseguido prestadas (una de Ary, la otra de Frodo). Las estrellas se veían espectaculares. Retorné a la ruta, convencí a los muchachos y subimos con los bártulos a cuestas. Costó un poco (además de los bolsos acarreábamos nuestros instrumentos), pero tras una media hora de subida llegamos a la explanada en cuestión. Desde nuestra ubicación veíamos las frías luces del pueblo a una distancia considerable; habíamos caminado bastante. Armamos las carpas con la alegría de estar acampando en medio de la montaña, y, tras comer unas tutucas que habíamos comprado como provisiones, nos echamos a dormir.



El día se despertó nublado. Con la luz del Sol la vista era fantástica: se abría ante a nosotros un hermoso paisaje andino. Montaña arriba divisamos ruinas incaicas. Desarmamos las carpas rápidamente, rearmamos los bolsos y los escondimos entre unas rocas cercanas a nuestro lugar de pernocte. Comenzamos a caminar, y tras un buen rato de agotadora subida arribamos a las maravillosas ruinas de Pisac. (No confundir pueblo actual de Písac, a la altura del río Urubamba, con las ruinas incaicas de Písac, en la cima de la montaña).


Písac fue para los incas una ciudad agrícola. Sus dimensiones son extraordinarias: es mucho más grande que Machu Picchu. Posee una infinidad de terrazas de cultivo, y las respectivas viviendas de quienes fueran sus agricultores. También hay una zona militar, estratégicamente emplazada en una ubicación desde la que se divisa todo el valle. Otra zona es la de las viviendas de los curacas (jefes) y, por último, la de los templos sagrados, donde se destaca el templo al Sol.


Los incas acostumbraban otorgarle forma de deidad a sus ciudades. Se dice que Písac tiene la forma de un halcón... pero para corroborarlo hay que subir la montaña que está del otro lado del río, cosa que no hicimos.


Al volver a nuestro lugar de acampe y corroborar que los bolsos seguían escondidos tal cual los habíamos dejado, bajamos, cual Zaratustras, nuevamente al pueblo. Después de almorzar nos pusimos a tocar nuestra ración de temas de Dragon Ball, "Something", "Todos los días un poco" y "El cóndor pasa" en una pintoresca calle del centro. Las monedas que nos dieron nos alcanzaron para viajar al siguiente destino del itinerario: Chinchero. Llegamos casi de noche. Debido a la lluvia resolvimos no acampar. Buscamos un hostel, lo regateamos todo lo posible (el dueño nos lo dejó a mitad de precio), jugamos unas partidas de ajedrez (en Pisac compré un simpático ajedrez incas vs. españoles) y dormimos plácidamente.


Al regresar a nuestro lugar de acampe y comprobar que los bolsos seguían escondidos tal cual los habíamos dejado, bajamos nuevamente al pueblo, cual Zaratustras. Después de almorzar nos pusimos a tocar nuestra ración de temas de Dragon Ball, Something, Todos los días un poco y El cóndor pasa en una pintoresca calle del centro pisaqueño, sintiéndonos felices de decorar el paisaje con nuestros sonidos. Las monedas que nos dieron nos alcanzaron para viajar al siguiente destino del itinerario: Chinchero.


Llegamos casi de noche. Debido a la lluvia resolvimos no acampar. Buscamos un hostel, lo regateamos todo lo posible (el dueño nos lo dejó a mitad del precio), jugamos unas partidas en el ajedrez incas vs. españoles que había comprado en las ruinas de Písac y dormimos plácidamente.

Chinchero es otro pueblito donde se mezclan los elementos incaicos con los de la colonia. Las ruinas “a visitar” están constituidas por un gran número de terrazas agrícolas y piedras ceremoniales. Justo encima de éstas los "conquistadores extirpadores de idolatrías" (término que acuñé tras una charla que dio un antropólogo en la Municipalidad de Cusco) edificaron una iglesia católica. Desde las terrazas de cultivo se tienen muy lindas vistas del valle y del río que fluye montaña abajo. La brisa trae un sentimiento andino de atemporalidad, de persistencia.

Tras recorrer las ruinas nos cargamos de provisiones y abandonamos Chinchero. Un micro y un taxi respectivamente nos dejaron en Maras, un pueblito apartado por unos 4 kilómetros de la ruta principal. Se encuentra a 3500 msnm. Rechazando la gentileza de los taxis que se nos ofrecían, emprendimos una pesada caminata de unas 2 horas para atravesar los 9 kilómetros que separan Maras de las ruinas de Moray. El camino valió la pena, aunque se hizo largo y llegamos con los músculos bastante cansados.


Moray fue un gigantesco complejo de experimentación agrícola. Conformado por enormes terrazas de cultivo circulares, tiene la forma del miembro de reproducción sexual masculino (esta vez pudimos comprobarlo), símbolo de fertilidad para los incas. En él se cosechaban grandes variedades de maíz. Se dice que en el último círculo del complejo se realizaban rituales en honor a la Pachamama, para invocar a la buena fortuna en el cultivo.


A un costado de las ruinas hay un proyecto de restaurante. Allí conocimos a Iván, su cuidador. Aprovechando que el encargado no se encontraba, nos dejó acampar en un techito a un costado de la propiedad. Durante la noche nos preparó sánguches de huevo frito y té, y charlamos un buen rato bajo el manto de oscuridad y silencio que nos envolvía. Era sábado, y jodíamos con que la cosa en cualquier momento reventaba y se armaba el bailongo. Iván nos contó que su sueño era ir a Argentina, “para poder estudiar y forjarme un futuro”. Luego la lluvia dijo presente, y se hizo imperioso emprender la retirada hacia los respectivos lugares de pernocte.

Despertamos empapados. El techito presentaba orificios por los cuales el agua se nos abalanzó. Sin embargo, esto no empañó la felicidad de amanecer en un lugar tan increíble. Caminamos hasta el último círculo de las ruinas, nos despedimos de Iván agradeciendo su hospitalidad y
evacuamos Moray.


Volvimos caminando a Maras. Esta vez, aconsejados por la gente que nos íbamos cruzando, fuimos por un camino ideal para hacer a pie. En la ida habíamos caminado por la ruta de los autos, que hace un giro enorme y da vueltas innecesarias. La vuelta, en cambio, fue muy amena, y los paisajes todavía más hermosos. Por momentos parecía que caminábamos en el paraíso, rodeados de flores amarillas y con los picos nevados del valle custodiando el horizonte. Nos cruzamos muchos campesinos, y todos estuvieron muy predispuestos a la hora de darnos indicaciones. En aproximadamente una hora estábamos de nuevo en el pueblo. En el camino conocimos a Gandalf, un perro muy compañero que quisimos adherir al grupo. Nos acompañó hasta Maras, pero luego no pudimos convencerlo de subirse a un micro y nos despedimos de él…


El siguiente destino fue Ollantaytambo. Este pueblo de ensueño es “el último pueblo inca”, ya que es el único que conserva la estructura de su planificación urbana original. En casi todas las casas se conservan los cimientos colocados por los incas, con sus piedras originales.


Resolvimos establecer nuestra base de operaciones en el patio de una casa deshabitada, a orillas de un ruidosísimo río. Escondimos nuestras cosas con ramas y subimos a las ruinas. Ollantaytambo fue un gran centro religioso, devenido en fortaleza so motivo del arribo de los europeos. Esta ciudad es, junto con Písac y Machu Picchu, la mayor maravilla inca que he visto. Como en el caso de Chinchero, tras la conquista los españoles edificaron una iglesia católica a metritos nomás de la ciudad inca.


El guía nos reveló que la ciudad tenía la forma de un animal. Para verificarlo debíamos subir la montaña opuesta… Se acababa la luz del Sol, por lo que corrimos para ganarle al atardecer y pudimos comprobarlo con nuestros propios ojos: Ollantaytambo, en su conjunto, era una llama de contornos perfectamente delineados.



Por la noche cenamos en un comedor donde pudimos ver en vivo el amistoso entre Boca y River. Fue un momento donde realmente hubiera deseado estar en Buenos Aires, viendo el partido con mis amigos riverplatenses. Grité muchísimo el gol de Mouche, abrazándome en el festejo con otro bostero que andaba en la misma que yo.

De regreso a nuestra guarida, respiramos aliviados al encontrar las cosas aún en su escondite. Armamos las carpas y dormimos con la ensordecedora furia del río como telón, rogando que no nos lloviera encima de nuevo.

Al día siguiente almorzamos trucha en el mercado del pueblo y List y yo tomamos una determinación: no visitar nuevamente Machu Picchu (habíamos estado en la Ciudad Sagrada el verano pasado, en marzo de 2011) por cuestiones económico-temporales. Así fue que nos separamos del Hippie, abrazo mediante y deseándole buena fortuna en su expedición solitaria.



Despedirnos del Hippie (que después de Machu Picchu piensa volver directo a Buenos Aires) nos dejó algo atontados. El camino de vuelta a Cusco fue extraño, con una sensación de vacío, de desarraigo, de soledad. En este viaje, que comenzamos a fines de diciembre siendo más de una decena de personas, volvíamos a nuestros orígenes, a nuestro compañerismo vital, a nuestra eterna y solitaria dupla atómica: List y yo. No hablamos en casi todo el viaje. Me la pasé leyendo Machu Picchu, la ciudad perdida de los incas, de Hiram Bingham, pero con la cabeza en otro lugar (u otros lugares)..

Por la noche visitamos el "Centro Qosqo de Arte Nativo" y presenciamos un espectáculo de músicas y danzas tradicionales de todo el Perú. Fue un buen toque de alegría. El charanguista era un fenómeno.


Hoy pasamos el día en el parque industrial de Cusco, buscando algún camión dispuesto a llevarnos a Lima o a Nazca. No conseguimos nada para hoy, pero conocimos a Johan, dueño de una empresa de camiones, que nos invitó a almorzar y nos dijo que mañana podremos subirnos a uno de sus vehículos rumbo a la costa pacífica.

Se extraña bastante, pero las fuerzas para continuar persisten y se agrandan ante la certeza de un horizonte nuevo, desconocido y seguramente sabroso.



1 comentario:

  1. Excelente Alvar, sigan adelante. Yo les mando energias desde aca y espero con ansias la proxima cronica.

    Saludos a los dos

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