"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

martes, 30 de julio de 2013

Torres del Paine


La idea de ver el amanecer en las Torres fue truncada por las nubes (que, además de traer lluvia consigo, impedían la visión de las mismas) y el penetrante frío. Agazapado en mi carpa oía la música que las gotas dibujaban en mi techo, y esa música me decía que me encontraba en la recta final, en el punto culminante, de una de las aventuras más increíbles de mi vida.

Tras almorzar en el campamento con los demás, inicié el ascenso solo. No podía ser de otra manera, ya que, más que un viaje hacia un lugar exterior, se trataba en verdad de un profundo viaje interior que venía madurando al calor de los kilómetros y la distancia.

jueves, 11 de julio de 2013

Circuito W

Lago Pehoé, Parque Nacional Torres de Paine

La salida de Río Gallegos fue sin dudas el momento más bravo que el autostop me deparó durante el viaje. Tras pasar el fin de semana en casa de la familia Riquelme, emprendí la retirada de la capital santacruceña el lunes a primera hora. Fran y su viejo me llevaron hasta la terminal de micros, y desde allí (tras averiguar los horarios de los micros, por las dudas) empecé a caminar. El imponente viento patagónico no aflojaba; a pesar de ello, mis pasos obstinados reflejaban mi alegría por enfrentarme a un nuevo desafío en la ruta, mientras me despedía de la ciudad.

Un auto me levantó para dejarme justo antes del desvío hacia el aeropuerto. Sin más compañía que mi violín y mi mochila, me postré a la vera del camino, rodeado de la infinita estepa. El viento de Río Gallegos, en todo su esplendor, se hizo carne en mí. Un viento como nunca jamás había vivenciado, que se calaba hasta mi médula. Por primera vez utilizaba absolutamente TODO el abrigo que llevaba conmigo, y no era suficiente... Mis huesos eran la antena parabólica donde el frío penetraba con vehemencia, atravesando abrigo, piel y carne como si nada. Y no eran arrebatos espaciados en el tiempo; era un empuje constante e inmutable, sin pausa...