"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

martes, 29 de julio de 2014

Paraty - jazz gitano en las calles de la colonia portuguesa

Llegamos a la terminal de Paraty a las ocho de la noche y, para tener tiempo de tocar en la calle, sacamos el primer pasaje del día siguiente hacia Río de Janeiro, a las 2:20 de la madrugada.

Wilson & Carina se fueron a caminar por la ciudad y Ary se encerró en un cyber, dejándome a mí sólo con las mochilas en la terminal. Comencé a tocar el violín y, cuando terminé una versión algo libre de Alfonsina y el mar, un hombre que se había sentado a mi lado aplaudió.

- Muito bom, muito bom - me felicitó.
- Obrigado - le agradecí.
- Eso que voce tocó, ¿es gitano?
- No, es zamba argentina.
- ¿Existe alguna relación?
- No creo... quizás la toqué un poco gitanamente - le respondí, pensando si los glissandos que había usado estaban o no dentro del acervo estilístico de la zamba.

El hombre se presentó como Paulo y me contó que era baterista de jazz en Sao Paulo. "Pero aquí, en Brasil" -se lamentaba- "los músicos de jazz en general no tienen amor por esa música, sólo lo hacen porque da prestigio, porque es de elite".

Cuando volvió Ary resolvimos probar suerte tocando en el centro de la ciudad nuestras canciones en forma de dúo. Invitamos a Paulo a escucharnos, y nos siguió toda la noche con una botellita de cachaca barata en mano.

Las calles del centro histórico de Paraty conservan sus empedrados originales, que datan de la época colonial (más de 300 años). Un lugar ideal para perderse en cualquier calle y sorprenderse viajando en el tiempo al encontrarse con una construcción del siglo XVIII, o doblándose un tobillo al pisar desafortunadamente en algún recoveco inoportuno del obstinado empedrado portugués.


Probamos varios lugares para tocar, pero ninguno nos terminaba de satisfacer. Había mucho flujo de personas, y varios se paraban a escuchar o sacarnos fotos, pero veíamos pocas monedas y billetes en el estuche del violín. Paulo nos guiaba y aconsejaba permanentemente acerca de dónde debíamos tocar. "En esta calle la gente es superficial, de bajo nivel cultural" -nos aseguraba, tocándose la sien con el dedo índice- "vamos a la otra calle, donde hay turistas de mayor nivel intelectual que sabrán apreciar lo que hacen". Tenía una borrachera que se traducía en una verborrea irrefrenable y que lo llevó a pedir que sacaran la música de la plaza principal

domingo, 6 de julio de 2014

Trindade - volviendo a las cavernas

Llegamos a Paraty, procedentes de San Pablo, con la noche bien avanzada. Tras una semana en la gran ciudad, Ary y yo retomábamos el movimiento. En la terminal, tres hippies artesanos nos dijeron que el último ómnibus a Trindade salía en quince minutos. Nos sentamos a conversar con ellos, que también iban para allá, y se presentaron: Rao (artesano de rulos, anteojos grandes, barba y chaleco psicodélico; su nombre se pronuncia Jáu), Quique (artesano, misionero, alto, flaco y huesudo, lleva el pelo largo y atado con colita) y Vanesa (cantante brasilera, morocha y corpulenta; es la novia de Quique). Tenían un didgeridoo con forma de saxo, hecho con materiales reciclados, y una especie de clarinete andino, ambos de su propia manufacturación.

Mientras Rao nos convidaba de su acaí, Quique nos contó que había llegado a Trindade un año atrás y que no había podido irse. Nosotros les hablamos sobre nuestro viaje a dedo de Córdoba a Misiones, de nuestra condición de músicos callejeros y de nuestra intención de llegar a Salvador de Bahía. Les preguntamos por algún lugar donde pasar la noche en el pueblo al que nos dirigíamos y nos hablaron de unas cavernas en la playa...

Tomamos el ómnibus. El camino de curvas y contracurvas, subidas y bajadas constantes, estaba plagado de carteles que le imploraban a los conductores manejar con precaución. "PELIGRO: ALTO ÍNDICE DE ACCIDENTES" era una advertencia que no tranquilizaba en absoluto a mi escasa certeza de llegar con vida a destino.

Nuestros nuevos amigos nos indicaron dónde bajar con ellos y, mientras que Quique y Vanesa se fueron al camping donde estaban parando, Rao nos condujo hacia La Caverna. Nos contó que en ella estaba morando un amigo suyo, pero que seguramente no tendría ningún problema con nuestra presencia. Linterna en mano, caminamos un buen rato por la playa hasta localizarla.