"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

domingo, 22 de enero de 2012

Viaje 2012 VI: Copacabana e Isla del Sol

"Irrita el yugo de la costumbre,
surgen antiguas ansias nómades,
despierta la feroz estirpe
de su brutal somnoliencia".
Jack London

Volvimos en bondi a La Paz y pasamos la tarde en la Feria del Alto, una feria que se organiza dos veces por semana en la cual se puede conseguir ropa, comida y artículos varios a muy bajo precio. Tras bastante caminata a través de los interminables puestos compré un par de zapatillas de trekking de segunda mano por 85 bs (unos 12 dólares), precio irrisorio comparado con los que se manejan en Argentina. Luego de merodear por allí un par de horas nos aventuramos hacia Copacabana los dos salteños (Sam y Frodo), List y yo.


Llegamos de noche, y la dificultosa búsqueda de un hostel que se acomodara a nuestras pretensiones desembocó en una estadía nada agradable en "Hostal Luna", un verdadero espanto cuya única ventaja era su bajo precio. Dejamos las cosas y salimos a pasear. Nos postramos un rato en la costa, contemplando la noche que se devoraba el Titicaca. Allí sentado vi pasar al dueño de "El Castillo", el restaurante donde había trabajado de mozo el verano pasado. No lo saludé porque no recordaba su nombre (ni lo recuerdo tampoco ahora).


El nuevo Sol nos encontró, como siempre, con ansias de aventuras. Almorzamos trucha en un comedor, nos mudamos de hostel y alquilamos un velero para adentrarnos en las sagradas aguas titicaqueñas. Bajo la dirección de Frodo ("el valeroso capitán Stamboni"), el grupo de navegantes se alejó y se alejó de la costa, sin medir consecuencias. Pasamos un tiempo hermoso, comiendo mangos y sánguches de palta y tocando temas de Silvio Rodríguez (Playa Girón fue el hit de la tarde). Contemplamos el atardecer en medio de la masa acuífera, fundiéndose el cielo y el agua del lago en miles de matices y colores irreproducibles. Los pibes se tiraron en pelotas al agua, yo me figuré que si lo hacía me cagaría de frío y los contemplé desde las tablas del velero.

Cuando quisimos regresar, el viento en contra nos jugó una mala pasada. Remamos y remamos, probamos varias maneras de ubicar la vela… pero prácticamente no nos movíamos. Ya se habían cumplido las tres horas de alquiler del bote, y vimos que desde el muelle un barco a motor se aproximaba hacia nosotros. ¡Venían a rescatarnos! En un principio nos reímos de la situación, pero nuestra felicidad se truncó en desazón al enterarnos de que el rescate no pretendía ser gratuito. Tuvimos que pagar la nafta de la lancha, además de un plus. Además, las tres horas se habían convertido en cuatro, por lo que nos cobraron una hora más de alquiler. El resultado fue que de los 100 bs iniciales que habíamos pactado para utilizar la embarcación, terminamos pagando alrededor de 300.


Nos sentíamos cuatro giles. Al llegar al muelle nuevamente, completamente sumidos en la noctámbula oscuridad de Copacabana, un grupo de argentinas vio que llevábamos guitarras y nos invitó a su coloquio. Tocamos un par de temas para levantar un poco nuestra moral maltrecha, y en eso cayó Rolando, un vagabundo que habíamos visto la noche anterior por ahí. Tenía un montón de perros, y desprendía un fuerte olor a whiskey de caña (bebida que nos convidó). Se puso a tocar temas de los Beatles con su voz ronca y potente. Intercalaba sus interpretaciones con anécdotas. No comprendíamos la mayoría de las cosas que decía debido a su pronunciación y a su ebrio seseo, pero entre tema y tema nos contó una historia acaecida, en una fecha no especificada, en la Isla del Sol. Según contó, en esa ocasión se encontraba tocando temas de los Beatles cuando se acercó un grupo de gringos a compartir la guitarreada. Eran ingleses, de Liverpool… Uno de ellos era el sobrino de George Harrison… No supimos si creerle o no, pero es divertido pensar que la historia fue real.


Volvimos al hostel (habíamos abandonado el “Hostal Luna” para cobijarnos en “Mariela”, alojamiento que List y yo ya conocíamos) y nos reencontramos con nuestros amigos, que habían pasado una noche más en La Paz. Habían logrado acomodarse en la misma habitación que nosotros, un pequeño cuartito de reducidas dimensiones. Con la alegría del reencuentro como numen, se armó una zapada interminable con guitarras, violín, melódica, voces, percusión y demás. Tocamos todos los temas que sabíamos… y nos fuimos adentrando en las horas de la madrugada. En ese momento decidimos salir al centro en busca de algún barcito donde tomar cerveza boliviana.


Entramos primero a “Nemos”, un bar copado donde pasaban buen rock internacional. Estaba plagado de argentinos. Tomamos un par de cervezas, nos aburrimos y salimos en busca de otro lugar. Encontramos llamado “Waykis”, donde la movida era cumbia, pool y pachanga. Era un antro lleno de humo, en el que habíamos estado el año pasado. Sus paredes plagadas de frases, firmas e inscripciones me regaló esta verdad:

"La vida tiene sentido 
en cuanto pueda gozarse plenamente"

La noche viró hacia parajes inenarrables… historias de sexo y sustancias extrañas. Cada uno vivió su propia aventura, y fuimos volviendo en tandas al hostel. Debo confesar que me encontraba en un estado de alegría extrema. Llegué junto a Sam cuando todos los demás ya estaban acostados. Nos amontonamos junto a ellos con nuestras bolsas de dormir, apretados los diez el uno al lado del otro cual salchichas empaquetadas.


Al día siguiente nos embarcamos hacia la Isla del Sol. Allí estuvimos desde el 14 hasta el 18 de enero, pasando unos hermosos días de arena, lago, atardeceres, montañas, caminatas, salchipapas, juegos de cartas, fútbol y música, todo al compás de las olas del lago eterno que se abría frente a nosotros.


A la vuelta a Copacabana nos despedimos de gran parte del grupo. Cada cual siguió su camino, algunos de regreso a Buenos Aires (Pezu, la Trotska, Chiqui y Talo) y otros a Salta (Sam y Frodo). La despedida con éstos últimos estuvo sellada con un fuerte abrazo de hermanos. Nos habíamos conocido en el tren de Villazón a Oruro, y a partir de ese momento habíamos viajado juntos durante dos semanas, compartiendo vivencias e historias inolvidables.


Por nuestra parte, el grupo quedó conformado por: List, Paula, el Hippie, Nico (viajó en avión
desde Buenos Aires), Ary y Carla (amigos quilmeños a quienes nos cruzamos de casualidad en la Isla) y yo. Levemos anclas, Perú nos espera.








1 comentario: