"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda
Tras la jornada micro-ramblera llegué junto a Ary & Foppi a la terminal de La Paloma en plena noche del 30 de diciembre. En materia de información sobre dónde alojarnos, todo lo que tenía eran las coordenadas para ubicar la casa de un hombre que había hospedado recientemente a Rao, hermano viajero con el que el Camino me había encontrado el verano pasado en su Brasil natal. (En aquella ocasión, después de consultarle dónde podíamos acampar, nos había llevado a Ary y a mí a una caverna en una playa paradisíaca en la que nos instalamos durante varios días, rodeados de maracuyás, bananas y cachoeiras).
Seguimos las instrucciones de un policía para encontrar la calle que buscábamos desde la terminal palomínica. El hombre nos advirtió que estuviéramos alerta, ya que la cantidad de agentes policiales en relación a la población no era "tan alta". "Somos poquitos" nos relató conmovedoramente, mientras señalaba que durante el verano gente foránea suele acercarse al balneario para cometer hurtos, robos, sustracciones y demás acciones delictivas.
Las indicaciones para llegar eran del tipo "caminar hasta tal almacén, doblar a la derecha, seguir la sombra de un sauce", lo que le confería a la expedición un sabor a búsqueda del tesoro. Andando un buen rato en la oscuridad, arribamos a un barrio infestado de perros donde la bienvenida fueron los ladridos enfurecidos de decenas de canes irascibles. Finalmente, después de consultar a algunas personas, llegamos a la casa de Daniel & Gimena, quienes nos recibieron con puro amor durante nuestra estadía en la ciudad.
Ary, Foppi, El Canario, Gime, Dani & Álvar
Él era guitarrista, profesor de música y adepto al ajedrez; ella era escultora y se dedicaba a la literatura. Recientemente habían trabajado confeccionando juegos de mesa artesanales que vendían en la feria. Ambos tenían el corazón tan pero tan grande que habían cometido la quijotesca hazaña de albergar un festival Rainbow ¡en su propia casa!
Zona de acampe e higiene bucal
En un estante tenían un muñequito de Pepe Mujica levantando una bandera que proclamaba con alegría toda una declaración de principios: "LA VERDADERA FELICIDAD ES PODER DEDICARLE LA MAYOR CANTIDAD DE TIEMPO POSIBLE A LO QUE MÁS NOS GUSTA HACER". Cuando le consulté a Dani su opinión sobre el presidente, me relató una porción de su historia.
El 30 de diciembre partimos de Colonia rumbo a La Paloma, ciudad emplazada en el denominado Este de Uruguay. Casi 600 kilómetros de carretera separan un punto del otro en el mapa. Dada la proximidad de Año Nuevo decidimos recorrer dicha distancia en micro (dudé bastante ya que hubiera preferido hacer dedo, pero terminé cediendo y plegándome al plan de mis compinches Ary y Foppi para no separarnos).
Al mediodía dimos inicio al viaje, que se dividía en tres partes: Colonia -> Montevideo / Interludio montevideano / Montevideo -> La Paloma.
En el primer tramo me tocó sentarme junto a una señora que manifestó, tal vez sin proponérselo de manera conciente, cierto orgullo por ser su país el destino veraniego elegido por varios famosos argentinos, muchos de los cuales son portadores de nombres irreproducibles ligados a la superficialidad extrema, al vaciamiento intelectual, a dictaduras militares, a la expropiación de tierras indígenas, etc. En Uruguay el consumo de las nimiedades relativas a la farándula argentina están a la orden del día.
La ruta que se deslizaba a nuestro paso, el acto mismo del movimiento, era una invitación al futuro. Sea en avión, en barco o en un camión de basura, el hecho de viajar siempre me despierta esa adrenalínica sensación de incertidumbre.
Teníamos un trasbordo de dos horas en la capital uruguaya. Eran las cuatro de la tarde y no habíamos almorzado. Salimos de la terminal de ómnibus para ver qué nos deparaba el destino y nos topamos con la rambla, calle peatonal plagada de comercios y gente.
Los precios de las comidas (UR$300, casi 13 dólares, un plato de ravioles) echaron por tierra todo intento inicial de almuerzo callejero. Propuse desenfundar nuestros instrumentos para averiguar si éramos capaces de ganarnos el pan en ese contexto de precios desorbitantes. En principio Ary se mostró dudoso debido a la presencia inquietante de unos locos que tomaban cerveza en la plaza, pero a Foppi le gustó la idea y finalmente triunfó la homeostasis.
Comenzamos a tocar y los vagos de la plaza, junto a los artesanos que parchaban en la rambla, fueron nuestro público principal. Los transeúntes, por su parte, no tenían tiempo de detenerse a escucharnos. El acelerado ritmo capitalino montevideano era una lembranza de la todavía demasiado cercana Buenos Aires, lo que me generaba una necesidad casi fisiológica de escape.
Tocamos todo nuestro repertorio (más de 20 temas) básicamente para los vendedores aledaños. En ese sentido, la tocatta nos sirvió para repasar canciones que no habíamos ensayado hasta el momento con Foppi, pero a nivel económico la cosa iba para atrás. Era perceptible una disminución de la densidad sonora entre aplausos y aplausos, hasta que uno de los muchachos que ranchaban ahí expresó, birra en mano, lo que presumiblemente era idea colectiva: ¡toquen una de La Vela Puerca! Se ve que nuestro repertorio, conformado por músicas de Piazzolla, Gardel, Frank Zappa, Django Reinhardt, L. A. Spinetta, entre otros, no lograba apartar de las mentes de nuestros oyentes la necesidad de una conocida y querida melodía velera. Lamentablemente, no pudimos satisfacer su reclamo.
La interpretación que particularmente despertó más entusiasmo entre nuestros escuchas fue la de Motorpsico, clásico ricotero que nos proporcionó un buen puñado de sonrisas amigables y pulgares arriba, además de algunos pesos argentinos. (La versión que retrata este video corresponde a otro tiempo y lugar, pero vale a modo de ilustración).
Uno de los dispensadores de esa buena onda ricotera fue Javi, artesano, quien nos contó que había vivido varios años en Buenos Aires antes de regresar a su Montevideo natal.
El tiempo es tan paradójico que sólo una hora de navegación conecta la locura metropolitana de Buenos Aires con la paz atemporal de Colonia del Sacramento. El buque que atraviesa el Río de la Plata con un shopping a cuestas es el médium entre esas dos realidades contrastantes.
Mis compañeros en la cruzada uruguaya son Adri (alias Foppi) y Ary's. Percusionista el primero, guitarrista el segundo, el objetivo de armar un repertorio para intentar sustentarnos con lo recaudado mientras viajamos surge en la misma milésima de segundo en que se materializa la idea de emprender juntos una excursión a la república vecina. Queremos recorrer la costa, tenemos instrumentos para aguantar los trapos. Los ingredientes de nuestra ensalada musical son: tango, jazz, bossa nova, rock, folclore, y lo que venga.
La inicial compartida por los tres es una tentación a auto denominarnos "Trío Triple A", posibilidad descartada rápidamente por motivos ideológicos. Así, triunfa sin oposiciones la propuesta de Foppi: nos presentaremos como el TRÍO PELIGROSO.
Álvar, violín; Ary, guitarra; Foppi, batajón
La ciudad más antigua de la actual República del Uruguay es una sucesión de postales diáfanas envueltas en un clima de sosiego imperturbable.
Por la tarde, las personas se sientan en la puerta de sus hogares para compartir el silencio. Lo interludian con alguna observación y lo comparten. Ceban un mate y lo siguen compartiendo, amasándolo, respirándolo junto al aire del Plata.
El silencio se retira con el pedido de los pájaros
Todavía hay rocío sobre los ojos que sueñan
La ciudad está distante de este suelo
cubierto por polvo y alfombras
que aún no pisaron en este día
Se espera cuanto se puede por el aroma del café
Se olvida lo que fue noche cuerpo adentro.
CARAVANA
hombres y mujeres
pasaron por el agujero de la aguja
y la caravana recorrió los tiempos
los suelos
las lenguas
los ojos
en lo infructífero de sombras, quedamos plantados
esperando la caída de los frutos
el reposo de los cuerpos
olvidamos los pies
por el túnel de la garganta
pasaban voces viejas
memorias tibias
refrescan nuestros párpados
los retazos están impecablemente membrados
y las manos ya esperan por caricias y fuga del trabajo
pero de lejos se ve que no se trata de apenas
un tejido
el sol se llevó el calor consigo, y la noche
nos impone refugio
¿y qué importa si somos indistintos?
en la belleza nos atemos