Tras sortear la exigente frontera chilena, en micro desde Tacna, llegué a Arica con el único objetivo de atravesarla. Dos graves problemas familiares me acosaban ahora, y mi idea era regresar a Buenos Aires lo antes posible. Ya se había acabado el tiempo de disfrutar del viaje.
En la terminal cambié todo el dinero peruano que me quedaba (8 soles) por 1200 pesos chilenos. Crucé la ciudad a pie tras una pesada caminata de aproximadamente una hora y llegué a una zona de estaciones de servicio y estacionamientos por donde pasaban los camiones al sur, y donde varias parejas de mochileros probaban suerte en la banquina. Tras intercambiar palabras con algunas de ellas, me ubiqué en el último lugar de la fila, cediéndoles la prioridad a los viajeros que estaban encarando a Fortuna desde antes que yo. Pero mi anhelado mesías no se haría esperar demasiado: tras 5 minutos de pulgar en alto, un camión paró para levantar a la pareja de mochileros que se ubicaba inmediatamente delante mío. Vislumbrando mi posibilidad de redención, me acerqué corriendo y, a pesar de su negativa inicial, el conductor terminó aceptándome gracias a mis súplicas a cara de perrito mojado. El salvador: Hugo, que transporta ropa hecha en Bolivia. Completan la flota dos parejas de mochileros chilenos: la que se subió justo antes que yo, y otra que ya se encontraba en el camión. Cuando me entero que el camión va directo para Santiago no puedo creer en mi suerte. Le pregunto a Hugo si puede llevarme hasta allá, y tras pensarlo un poco acepta. De Arica a Santiago hay más de 2000 kilómetros, y los medios de transporte chilenos son excesivamente caros. Pero el problema ya estaba resuelto. ¡Excelente bienvenida a Chile!
"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda
domingo, 18 de marzo de 2012
domingo, 11 de marzo de 2012
Viaje 2012 XV: Oasis de Huacachina y Líneas de Nazca
Retornar a Lima significó reencontrarnos con una de las ciudades más caóticas que hayamos visitado jamás. El micro que nos tomamos en Chancay nos dejó en una terminal ubicada en el norte de la capital; nuestra misión actual era cruzarla para emplazarnos en alguna estación de servicio o peaje de la salida hacia la Panamericana Sur. Como primera medida compramos una botella de agua para hidratarnos. El calor era inaguantable. La “ciudad de los virreyes” se debatía en ese frenesí constante de coches-a-punto-de-estrellarse que la caracteriza.
Tomamos un bondi que nos dejaba a mitad de camino. En Lima los boletos del colectivo no se sacan de una máquina como en Buenos Aires, sino que se le pagan a un muchacho denominado cobrador, una vez encima del vehículo. Resultó ser que el cobrador de este colectivo se mostró interesado en nuestro aspecto harapiento y nos pusimos a charlar. Le contamos que veníamos atravesando todo el país a dedo, sin pagar ni un sólo bus, gracias a la amabilidad con que la gente nos trataba. Que estábamos “en las últimas”, y que la plata apenas si nos alcanzaba para comer… A medida que atravesábamos Lima y el muchacho le cobraba su boleto a todos los pasajeros (excepto a nosotros), comenzamos a presentir que su intención era eximirnos del gasto, en un guiño de hermandad latinoamericana. Pero la cosa no se quedó allí… En un momento subió un hombre vendiendo helados. Hacía calor y hacía rato que no comíamos. Mirábamos con ojos soñadores el cartel donde el hombre exhibía los helados en venta, intentando imaginarnos su sabor... tan perdidos estábamos en ese ensueño que no entendimos lo que sucedía cuando el tipo se nos acercó y levantó la tapa de la heladerita. “Elijan uno”. “¿Eh? No, pero no tenemos plata nosotros”. “Es un regalo del cobrador”. Nos miramos sin poder creerlo, miramos en dirección al cobrador pero él no nos miraba en ese momento. Elegimos los dos el mismo helado (uno de crema americana con galletitas de chocolate), incrédulos aún de nuestra suerte..
Tomamos un bondi que nos dejaba a mitad de camino. En Lima los boletos del colectivo no se sacan de una máquina como en Buenos Aires, sino que se le pagan a un muchacho denominado cobrador, una vez encima del vehículo. Resultó ser que el cobrador de este colectivo se mostró interesado en nuestro aspecto harapiento y nos pusimos a charlar. Le contamos que veníamos atravesando todo el país a dedo, sin pagar ni un sólo bus, gracias a la amabilidad con que la gente nos trataba. Que estábamos “en las últimas”, y que la plata apenas si nos alcanzaba para comer… A medida que atravesábamos Lima y el muchacho le cobraba su boleto a todos los pasajeros (excepto a nosotros), comenzamos a presentir que su intención era eximirnos del gasto, en un guiño de hermandad latinoamericana. Pero la cosa no se quedó allí… En un momento subió un hombre vendiendo helados. Hacía calor y hacía rato que no comíamos. Mirábamos con ojos soñadores el cartel donde el hombre exhibía los helados en venta, intentando imaginarnos su sabor... tan perdidos estábamos en ese ensueño que no entendimos lo que sucedía cuando el tipo se nos acercó y levantó la tapa de la heladerita. “Elijan uno”. “¿Eh? No, pero no tenemos plata nosotros”. “Es un regalo del cobrador”. Nos miramos sin poder creerlo, miramos en dirección al cobrador pero él no nos miraba en ese momento. Elegimos los dos el mismo helado (uno de crema americana con galletitas de chocolate), incrédulos aún de nuestra suerte..
martes, 6 de marzo de 2012
Viaje 2012 XIV: Atravesando a dedo la Panamericana Norte del Perú
“El ser humano es incapaz de concebir un estado de cosas que no sea realizable”
Henry Thoreau
Amanecimos en la comisaría de Huaquillas con Alejandro Sanz a todo volumen y el grito de "¡LEVÁNTENSE!" proferido por uno de los policías. Habíamos pasado la noche en el suelo, al lado de dos pibes de unos 15 años que estaban detenidos y esposados "por posesión de arma de fuego". Era una mañana lluviosa, el cielo decía gris. Preparamos nuestro equipaje y nos despedimos… pero antes de poder retirarnos, los agentes me pidieron que tocara algo con el violín. Inspirado por la encantadora música con que nos habían despertado, toqué la melodía de My Heart Will Go On, el tema de Titanic. Mientras lo hacía, un policía gordito agarró a otro por la espalda extendiendo horizontalmente sus brazos, recreando una versión bizarra de la famosa escena de Leonardo Di Caprio y Kate Winslet.
Habíamos sellado la salida de Ecuador la noche anterior. Ahora debíamos entrar nuevamente a Perú. Caminamos bajo la fina llovizna hasta la frontera. Luego tomamos una moto-taxi hasta el puesto de control migratorio. Realizamos el trámite sin inconvenientes y proseguimos nuestra caminata rumbo sur, con el objetivo de atravesar el país a dedo.
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