“Todo lo trascendente de nuestra empresa
se nos escapaba en ese momento,
sólo veíamos el polvo del camino
y nosotros
devorando kilómetros
en la fuga hacia el norte”
Ernesto Che Guevara
Tras cruzar de Aguas Verdes (Perú) a Huaquillas (Ecuador), debimos tomar un taxi (igualito a esos que se ven en las películas yanquis) hasta el puesto de migraciones del país al que entrábamos. Curiosamente, éste se encuentra ubicado como a dos kilómetros de la línea que divide a ambas naciones, en una oficina que se aparece en medio de la ruta, ya saliendo de la ciudad. Dado el exagerado dolor que me regalaban las quemaduras made in Máncora, no tuvimos más remedio que desembolsar dos dólares y subirnos a ese coche que denotaba una ostentación impropia de nuestros espíritus…
Sí, dos dólares. Estadounidenses. Es la moneda oficial de Ecuador. Producto de una híper-devaluación de la moneda nacional, consecuencia de nefastas políticas neo liberales llevadas a cabo durante la década de los ’90, a partir del 2000 la economía se dolarizó, extinguiendo el “Sucre” y convirtiendo al país en una especie de colonia de vacaciones para gringos…
Sí, dos dólares. Estadounidenses. Es la moneda oficial de Ecuador. Producto de una híper-devaluación de la moneda nacional, consecuencia de nefastas políticas neo liberales llevadas a cabo durante la década de los ’90, a partir del 2000 la economía se dolarizó, extinguiendo el “Sucre” y convirtiendo al país en una especie de colonia de vacaciones para gringos…
El momento de enfrentar el puesto de control migratorio era de lo más definitorio: ¿realmente podría entrar a Ecuador sin pasaporte? Todos los días de nuestro viaje se definían en este momento, donde la burocracia de la diplomacia internacional me permitiría –o no- el ingreso a la ansiada meta final. Con mi cédula de identidad (esa que te dan ahora cuando tramitás el DNI nuevo) y una perfecta cara de inocencia me acerqué a la ventanilla, ocultando mis temores… El uniformado agarró mi documento, hizo alguna que otra pregunta, nada fuera de lo normal… y ahí estaba: el papel que me bañaba de legalidad. ¡90 días para recorrer Ecuador a mis anchas!