"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

martes, 12 de enero de 2016

Preludio 16

Existen pequeños actos, gestos en apariencia insignificantes que desencadenan una serie de otros gestos en apariencia insignificantes, que se engarzan a su vez en una trama mayor en apariencia ya no tan insignificante y que terminan, como quien no quiere la cosa, modificando sustancialmente la vida de una persona.

Una mirada, una palabra o una caricia, tienen intrínsecamente el potencial de generar -o como mínimo de ser el primer eslabón de- una concatenación de hechos que se van sucediendo uno tras otro como en un dominó psíquico de proporciones gigantescas, pudiendo desembocar, después de un cierto proceso enmarcado en un período de tiempo X, en la compra, producto de un arrebato de inconsciencia adrenalínica, de un pasaje aéreo San Pablo - París.

Así, el gesto inicial, la mirada a priori intrascendente, puede, habiendo derribado una montaña de piezas de dominó tras de sí, moldear el destino de una persona durante toda una vida.

(O, al menos -como en este caso-, durante todo un verano).

Por lo menos así lo percibo yo, y aunque la psicología no se haya pronunciado al respecto, siento esa mirada primigenia como una gárgola marmórea concentrando el tiempo en un instante.

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