"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Los inmortales (Hermann Hesse)

De los valles de la tierra nos llega,
sin cesar, el impulso de la vida,
la necesidad salvaje, el entusiasmo intoxicado,
el humo sangriento de los festines de miles de verdugos,
las convulsiones del placer, los deseos sin fin,
las manos del asesino, del usurero, del piadoso.
Un enjambre de hombres impulsados por el miedo y el placer,
con olor sofocante y podrido, crudo y caliente,
respira felicidad y celo salvaje.
Se comen a sí mismos y se vuelven a escupir,
engendran guerras y artes nobles,
adornan con delirios el lupanar que se incendia,
devoran y tragan y corren a través de las alegrías estridentes
del mundo de su infancia,
que vuelve a levantarse de las olas
para deshacerse otra vez en barro.

Nosotros, en cambio, nos encontramos
en el éter helado e iluminado de estrellas.
No conocemos los días, las horas,
no somos hombres ni mujeres, jóvenes ni viejos.
Los pecados y miedos ajenos,
los asesinatos y las calientes alegrías de los otros
son teatro y, a la vez, soles que giran;
cada día es, para nosotros, el más largo.
Asintiendo en silencio a la vida latente,
mirando en silencio las estrellas que rotan,
respiramos el invierno del universo.
Somos amigos de los dragones del cielo,
nuestro sentido eterno es frío e inmutable,
nuestra risa es fría y clara como las estrellas.

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