"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

sábado, 9 de agosto de 2014

Itaúnas - pueblo de arena

Después de viajar durante todo el día, llegamos por la noche a una ciudad llamada São Mateo. A la mañana siguiente continuaríamos rumbo a Conceiçao da Barra, y de allí a Itaúnas, un pueblo costero por el cual Carina tenía particular interés.

En la terminal de São Mateo desplegué el aislante térmico, me metí en mi bolsa de dormir y me dispuse a conciliar el sueño. "Nosotros no tenemos esa práctica de dormir en cualquier lado que tenés vos", me dijeron Los Wilsinhos, que se quedaron sentados, sin atreverse a estirar sus cuerpos en 180°. En ese momento recordé las numerosas estaciones de servicio, aquella comisaría en la frontera entre Ecuador y Perú, y la jaula para vacas del camión de Manolo (entre otros lugares en los que había pernoctado), y pensé que esa terminal era como un hotel de lujo para mí. (Después me contarían que durante la noche un policía, refiriéndose a mi persona, dijo: "pensé que era un mendigo, pero era un hippie").

Llegamos a Itaúnas y descubrimos un pueblito silencioso y tranquilo, de calles de arena y brisa de mar. El nombre del pueblo proviene, en parte, de los accidentes geográficos que conforman uno de sus principales atractivos turísticos: las dunas de arena ubicadas en las afueras del pueblo, a mitad de camino entre éste y el Atlántico.



Wilson & Carina se instalaron en una posada, mientras que yo opté por buscar un camping y terminé en uno de aparentes inclinaciones hinduístas: el Camping Namasté. Estaba totalmente deshabitado;
sólo pude ver al dueño una vez, para arreglar la tarifa (previo regateo), pero después no apareció más.

Los brasileros se quedaron en la posada reponiendo energías y yo salí al encuentro del océano. Caminando un kilómetro desde el centro del pueblo, atravesé un puente que muchos niños utilizaban para tirarse al río que se materializaba abajo, en un salto de por lo menos diez metros. Un poco más de camino y luego, doblando en una subida hacia la derecha, me adentré en las dunas desérticas y recordé Ica y el Oasis de Huacachina. ¿Qué es ese silencio que despierta el desierto?

La playa era tranquila, con poca gente y aguas calmas - Ningún vestigio de las olas salvajes de Trindade - La temperatura del agua era buenísima, e invitaba a quedarse flotando ad libitum panza arriba, como un corcho en una botella de vino.



Después de una siesta junto a un bote estacionado en la arena volví al pueblo. En Namasté conocí a Felipe, que me preguntó si el dueño del camping realmente existía. Nos pusimos a charlar y encontramos similitudes: ambos tocábamos la guitarra, teníamos una banda de rock progresivo y predilección por Pink Floyd. Él era de Río de Janeiro y estaba viajando en bicicleta desde Porto Seguro (Bahía) hasta su ciudad. Le dije que para mí Dios era Luis Alberto Spinetta, a lo que él me respondió: "pra mim, Deus é Milton Nascimento". Nos recomendamos músicas e intercambiamos contactos.

Visité a W&C, que se estaban yendo a la playa. Más tarde agarré el violín y fui al centro del pueblo a ver si pasaba algo. Había muy poca gente y movimiento casi nulo; apenas un par de puestos de artesanos. Me senté en un banco y empecé a tocar para mí mismo, y al rato una sombra se detuvo a escucharme - Era Felipe, que había salido a dar una vuelta y estaba tomando un helado. Se sentó a mi lado y conversamos sobre nuestras tierras, sobre viajes y sueños, sobre la vida. Fue interesante conocer a alguien con tantos intereses en común, con tanta sed de vida, en la noche desolada de Itaúnas.

Tenía decidido partir al otro día hacia Bahía, en lo posible a dedo. Por la mañana fui a la posada de W&C y los desperté. Les pregunté dónde se habían metido la noche anterior, ya que habían desaparecido sin dejar rastro alguno. "Fuimos a la playa, nos perdimos en las dunas y se hizo de noche", me relataron. "No recordábamos el camino de regreso al pueblo. Habíamos resuelto quedarnos a pasar la noche ahí, pero recordamos que podíamos llamar a la policía con el celular. Lo hicimos y vinieron a rescatarnos con linternas". La odisea había durado varias horas.

Me despedí de ellos, que se quedarían un día más en Itaúnas descansando, y desarmé la carpa al mismo tiempo que Felipe. Desayunamos juntos (él aportó pan con queso y jugo, y yo el último maracuyá que me quedaba de La Caverna) y abandonamos Namasté sin señales del dueño.

Felipe me ayudó a buscar un lugar donde hacer dedo y se fue al cyber para averiguar por dónde debía pedalear ese día. "Viajo sin mapa, por lo que en cada lugar debo averiguar bien qué rutas tomar", me contó. Nos despedimos con un abrazo, prometiendo volver a vernos en Buenos Aires, en Rio de Janeiro, o en cualquier otro lugar del mundo.


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