"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

domingo, 6 de julio de 2014

Trindade - volviendo a las cavernas

Llegamos a Paraty, procedentes de San Pablo, con la noche bien avanzada. Tras una semana en la gran ciudad, Ary y yo retomábamos el movimiento. En la terminal, tres hippies artesanos nos dijeron que el último ómnibus a Trindade salía en quince minutos. Nos sentamos a conversar con ellos, que también iban para allá, y se presentaron: Rao (artesano de rulos, anteojos grandes, barba y chaleco psicodélico; su nombre se pronuncia Jáu), Quique (artesano, misionero, alto, flaco y huesudo, lleva el pelo largo y atado con colita) y Vanesa (cantante brasilera, morocha y corpulenta; es la novia de Quique). Tenían un didgeridoo con forma de saxo, hecho con materiales reciclados, y una especie de clarinete andino, ambos de su propia manufacturación.

Mientras Rao nos convidaba de su acaí, Quique nos contó que había llegado a Trindade un año atrás y que no había podido irse. Nosotros les hablamos sobre nuestro viaje a dedo de Córdoba a Misiones, de nuestra condición de músicos callejeros y de nuestra intención de llegar a Salvador de Bahía. Les preguntamos por algún lugar donde pasar la noche en el pueblo al que nos dirigíamos y nos hablaron de unas cavernas en la playa...

Tomamos el ómnibus. El camino de curvas y contracurvas, subidas y bajadas constantes, estaba plagado de carteles que le imploraban a los conductores manejar con precaución. "PELIGRO: ALTO ÍNDICE DE ACCIDENTES" era una advertencia que no tranquilizaba en absoluto a mi escasa certeza de llegar con vida a destino.

Nuestros nuevos amigos nos indicaron dónde bajar con ellos y, mientras que Quique y Vanesa se fueron al camping donde estaban parando, Rao nos condujo hacia La Caverna. Nos contó que en ella estaba morando un amigo suyo, pero que seguramente no tendría ningún problema con nuestra presencia. Linterna en mano, caminamos un buen rato por la playa hasta localizarla.



La Caverna se trataba de un conglomerado de rocas gigantes que, yuxtapuestas entre sí, formaban recovecos lo suficientemente espaciosos como para cobijar varias carpas. Rao se quedó conversando con nosotros un rato y nos invitó a una zapada que iba a haber esa noche en su morada (una construcción de cañas situada en la playa, cerca de La Caverna).

Ayudados por la luz de nuestras linternas, armamos las carpas y salimos a encontrarnos, por primera vez en el viaje, con el ansiado Océano Atlántico. El aire tibio que las olas nos regalaban era una invitación seductora que, con esfuerzo, supimos resistir. Arriba, las estrellas se abrazaban con la Vía Láctea y el polvo interestelar se combinaba con el rugir del océano, conformando un cuadro onírico.

En la zapada en la tienda de Rao nos encontramos con la gesta de una música de efectos mántricos. Mientras Quique mantenía una base constante en un mismo tono con la guitarra, Rao soplaba ininterrumpidamente su saxo-didgeridoo, produciendo diversos sonidos guturales. Algunos de los presentes improvisaban melodías vocales al estilo hindú y otros acompañaban con instrumentos de percusión. Entre estos últimos se encontraba Serginho, quien nos fue presentado como el morador de La Caverna. Nos levantó el pulgar y nos sonrió, respondiendo amigablemente a nuestro saludo.


Me invitaron a desenfundar el violín y así, cuando Quique le pasó su guitarra a Ary, le dimos rodaje a algunas de las músicas que veníamos haciendo, como Libertango y Norwegian Wood. Más tarde Rao fue al camping y regresó con un paquete que tendió y desenvolvió en la arena: eran como diez flautas, de distintos tamaños y materiales.
- ¿Tocás todos estos instrumentos? - le pregunté.
- Sí, toco un poquito de cada uno - Respondió, a lo que sus amigos estallaron en carcajadas y le dijeron que pecaba de falsa modestia. Realmente, tocaba muy bien!

Rao nos acompañó en algunas músicas, agregando ornamentos floridos a los intersticios que las melodías de los temas dejaban libres. Después, la guitarra volvió a manos de Quique y Vanesa nos cautivó cantando unos blues y reggaes con su hermosa voz afro-americana, con esos pliegues quebradizos que simbolizan una suerte de melancolía interminable, una nostálgia sin remedio.

Una argentina cantó un tema de Pappo con un charango desdentado, y una brasilera mística habló de la magia del universo. A las cuatro de la madrugada regresé a La Caverna para pasar mi primera noche en medio de la Naturaleza. Ary todavía tenía cuerda para un rato más en la fiesta esotérica...

A la mañana siguiente nos encontramos con los colores que la oscuridad nos había privado de apreciar: el verde salvaje de la vegetación de La Caverna mezclado con las rocas, la arena casi blanca que se escondía debajo del azul profundo del océano que se abría inmenso frente a nosotros...


Serginho, que había dormido en su hamaca paraguaya, nos contó que estaba ahí desde hacía meses, viviendo de la naturaleza. A pesar de la barrera lingüística que nos separaba (él no entendía nada de castellano y nosotros un poquito de portugués), entendimos que no le hacía falta lavarse los dientes, ya que vivía a base de frutas y comida sana (nada de carnes ni grasas). "Bueno", se corrigió, "en realidad me los lavo cada dos o tres días... de lo contrario ninguna chica querría venir a La Caverna, ja". Nos señaló el árbol que estaba justo encima nuestro y dijo que se trataba de maracuyá.
- ¿Tiene frutas? - le pregunté.
- Claro - respondió. - ¿Quieres probar? - y en el acto se trepó al árbol a toda velocidad, cual Tarzán curtido desde niño en la selva. Desde arriba cayeron dos o tres frutas, al tiempo que Serginho agitaba las ramas del árbol y nos invitaba a comer.

En La Caverna y sus alrededores también había otros árboles frutales que nos ofrecían alimento cotidiano, tales como cocos y bananas verdes y amarillas. En cuanto al agua potable apta para consumo, cocina e higiene personal, nuestro anfitrión nos habló de una cascada cercana que lo abastecía.

Económicamente, Serginho se la rebuscaba haciendo artesanías. Nos contó que cada día buscaba conseguir diez reales (menos de 5 dólares) para comprar los alimentos básicos del día, y que el resto de la jornada se dedicaba de lleno a "disfrutar de la Vida y de la Naturaleza".


El único aspecto negativo de nuestra estadía en La Caverna fue la presencia de un vecino, también cavernícola, detestable. El primer día apareció y, sin siquiera saludarnos, dijo de mal modo que debíamos desarmar las carpas debido a que estaban muy a la vista. Cuando se fue, Serginho nos contó que era argentino, lo cual nos sorprendió ya que nos había hablado en portugués todo el tiempo (y nuestra argentinidad era evidente).

Cocinábamos a leña en unas piedras situadas en la que podría llamarse la sala cocina-comedor. Era difícil prender el fuego ya que la madera estaba muy húmeda y las hojas verdes, pero a fuerza de voluntad se lograba. Serginho cocinaba prácticamente sin sal ("para sentir mejor el sabor de la comida") y tenía cierta preferencia por las verduras semi-crudas, lo cual nos inducía en tu tire-y-afloje de intereses encontrados cuando Ary y yo percibíamos que las papas estaban bastante crudas, mientras que él las consideraba a punto.

En una ocasión, habíamos recién terminando de comer y apareció el vecino indeseable preguntando si nos había sobrado comida. Serginho le respondió que sí y, acto seguido, el nuevo comensal tomó mi plato y mi cuchara (que eran los más cercanos a la cacerola), se sirvió todo lo que quedaba de arroz y empezó a engullir. Sin levantar la vista de su almuerzo, nos preguntó:
- ¿Vocés qué música fazen?
- Mezclamos varias cosas... che, sos argentino, ¿no? - le respondí, intentando eliminar la -innecesaria- barrera lingüística.
- Sí, mas vocé qué música fazen? - volvió a preguntar en el mismo tono, sin mirarnos. Cuando terminó de comer, dejó las cosas así nomás y se fue, sin dar las gracias ni saludar.

En la zona de La Caverna el mar empezaba con un declive pronunciado de la arena. El agua estaba en una temperatura fantástica, pero la violencia de las olas, la fuerte corriente y las rocas ancladas en la playa eran factores que tornaban imperiosa la toma de recaudos a la hora de desafiar a Poseidón.


El segundo día nos reencontramos con Wilson & Carina, recién llegados de San Pablo. Ya se habían instalado en un camping, cerca de la calle principal. Al ver las ubicaciones de ese y los demás alojamientos -y sus precios-, nos alegramos una vez más de la ¿casualidad? que nos había depositado en La Caverna.

Por la noche el Dúo Arýlvar decidió poner a prueba su repertorio de tango, jazz, Beatles y folclore en la calle principal de Trindade. Nos alegramos al comprobar que la recepción era buena, tanto a nivel económico como humano - Además de unos buenos reales (suficientes para cubrir los gastos del día), ahora teníamos una invitación de dos chicas a una fiesta nocturna en la playa. Antes de encaminarnos a la misma, tocamos un rato más y conocimos a dos chicas argentinas que tocaban folclore con nuestra misma formación (violín y guitarra). Nos parecieron buena onda y decidimos extenderles la noticia de la fiesta playera. Nos dijeron que irían a buscar a unos amigos y que luego se sumarían.

La playa que cobijaba la fiesta era una llamada Praia do Medio. Una vez allí, con Ary localizamos la reunión desde la lejanía por el resplandor de una fogata. Apenas llegamos todos nos recibieron con muy buena energía, entre alcohol y carnes y papas asadas. Se trataba de un rejunte latinoamericano: había un colombiano, un argentino, dos brasileros, las dos chicas peruanas que nos habían invitado y nosotros. Tocamos para ellos junto al mar y lo pasamos muy bien - Luego llegaron las chicas folcloristas y se sumaron al fogón, cantando algunos temas a dos voces.

A las cuatro de la madrugada ya todos se habían acostado - Agarré una bolsa de dormir que estaba tirada ahí e intenté dormir, pero había demasiados mosquitos como para conciliar el sueño. Volví a La Caverna a los tumbos, con la claridad del nuevo día y sin haber dormido, con la sensación aún fresca de los insectos revoloteando en mi cara. En el camino me crucé a Serginho, que se estaba yendo a hacer malabares a Paraty para juntar unos reales. Me duché en la cachoeira, disfrutando del agua fría revitalizando mi cuerpo. Saqué la colchoneta térmica y la bolsa de dormir afuera de la carpa y me tiré a descansar al aire libre, bajo la protección de las rocas cavernícolas.


Por la tarde visité con Wilson & Carina uno de los puntos obligados de Trindade - una piscina natural ideal para hacer snorkel. Peces de múltiples colores, cangrejos y corales se concentraban cerca de las rocas que, a su vez, eran las generadoras de la ausencia de olas en la "piscina". En la caminata, que incluía atravesar un par de playas y algunos morros, me encontré con Rao y me dijo de buena manera que debíamos cambiar la ubicación de las carpas ya que estaban demasiado a la vista.


Al volver de la piscina, Wilsinho y yo probamos suerte tocando en la calle y nos fue bien: más de R$50 de gorra y buen recibimiento de la gente, que se paraba a escuchar y aplaudir al incipiente dúo argentino-brasilero. Por la noche, cuando todos los comercios ya habían cerrado, se armó una zapadita linda en la calle principal con Rao, Vanesa, Quique y otros locos que andaban por ahí. El ritmo de música constante de esta playita brasilera era cautivador...


La mañana siguiente hicimos caso al pedido bienintencionado de Rao y con Ary mudamos de lugar nuestras carpas. Incrustadas en los recovecos más recónditos de La Caverna, ahora era imposible divisarlas desde la playa.

Serginho volvió de Paraty con un nuevo habitante cavernícola: Leandro, carioca dread artesano. Tampoco hablaba nada de castellano, pero era macanudo. Aquí una foto del ahora cuarteto, denominado (al menos tentativamente) Bad Ass Cavern Dudes.


A la tardecita fui a tocar con Ary al bar "A Roda", de dueños argentinos (más específicamente, mendocinos). Mi camarada había pegado buena onda con ellos la noche anterior y había arreglado la fecha, que salió muy bien. Público muy receptivo y cálido, y 10 puntos la gente del restaurante, que cobijó la primera presentación "oficial" del dúo.


Después de cenar, los dueños del restaurante nos invitaron a un bar en la playa. Como la cosa ahí no estaba tan buena, se armó zapada en la playa con el Colo, uno de los mendocinos de A Roda, que tocaba muy bien la trompeta y se reía mucho - Con el mar acariciándonos los pies, unos brasileros se sumaron a la ronda - Primero uno (algo borracho) se puso a tocar con su armónica, y después otro, de rastas, agarró la guitarra criolla de Ary y tocó unos temas de Metallica y Megadeth.

En la última caminata por Trindade nos cruzamos prácticamente a todas las personas que habíamos conocido en esos cuatro días de naturaleza total cavernícola: Rao, Serginho, Leandro, Quique, los mendocinos de A Roda y los hippies, artesanos y músicos de cada día. Intercambiando saludos y sonrisas a cada paso, internamente me preguntaba si era acertada la decisión de partir - Lo que nos esperaba, ¿estaría a la altura de Trindade?

La única manera de averiguarlo era aventurarse hacia el futuro y pensar que, como siempre, mañana es mejor.


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