"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

domingo, 4 de mayo de 2014

Cataratas del Iguazú - el ruido de la maquinaria infernal

Al regresar a la oficina de turismo para buscar nuestras cosas nos encontramos con la desagradable sorpresa de que ésta estaba cerrada. La muchacha que nos había atendido al mediodía nos había dicho que ella ya estaba por terminar su turno, que durante una hora la oficina cerraba pero que a las dos de la tarde debía hacerse presente una compañera suya para reabrirla. Pues eran las cuatro de la tarde y no había noticias de la misma... Pregunté en la comisaría y me mandaron a buscar al encargado, que vivía a un par de cuadras nomás, en una casita humilde. Un tipo de lo más macanudo; fue hasta la oficina, la abrió y nos invitó a tomar agua mientras retirábamos nuestras pertenencias. "La chica de la tarde siempre falta sin avisar", nos contó, algo molesto. Por último, cerró nuevamente la oficina y nos indicó dónde nos convenía hacer dedo hacia el norte, siempre sonriente y amable.

El sol era tremendo, por lo que decidimos turnarnos cada 15 minutos para estar en la sombra. Cuando yo efectuaba mi segunda ronda frenó el auto de una familia. Bien apretados con sus dos hijitos en el asiento trasero, viajamos con ellos unos 40 kilómetros, hasta Jardín América. El padre de familia había sido mochilero y había vivido en Buenos Aires durante veinte años (estadía en Ezpeleta incluida), por lo que a lo largo del trayecto tuvimos bastante tema de conversación, mientras Ary cabeceaba somnolientamente a mi lado.


En Jardín América hicimos dedo un buen rato y, cerca del anochecer, optamos por tomarnos un micro ($76) a Puerto Iguazú para asegurarnos
visitar las cataratas al día siguiente.

Llegados a la ciudad fronteriza alrededor de las diez de la noche, me quedé en la terminal con los bártulos mientras mi compañero recorría las calles preguntando por algún camping económico. Así arribamos a "La Modista", núcleo de viajeros, artesanos, malabaristas y locos del mundo. Ary me advirtió que el dueño, llamado Richard, era "un toque grosero y malhablado". Esta descripción sería luego constatada por los hechos.

Nos levantamos a las siete de la mañana del día siguiente. Después de una ducha, nos aprovisionamos de pan y empanadas y tomamos en la terminal el micro ($35) a Cataratas. Seguimos la recomendación de Richard y, una vez en el Parque Nacional, fuimos directo a la Garganta del Diablo.

GARGANTA DEL DIABLO
Un río que se encuentra con un corte, que pareciera hecho a cuchillo, y que se precipita hacia las profundidades de la Tierra con violencia. La naturaleza indómita en todo su esplendor, en su estado más salvaje y puro. Desde allá abajo, el ruido de la maquinaria del infierno y un ostinato de armónicos indefinidos. Las calderas del diablo nos sumergen en una neblina imperturbable que, paradójicamente, refleja una miríada de arcoiris. Lo terrible y lo hermoso, dos caras de la misma moneda que la Tierra cobija, en el temblor de las noches y los días.


Luego transitamos el Circuito Inferior, donde me encontré con el salto Álvar Núñez, así denominado en honor al explorador español ("el descubridor de las Cataratas del Iguazú", según unas placas conmemorativas que hay en el parque) al que le debo mi nombre. Leer la palabra Álvar haciendo referencia a un otro, me produjo una sensación de extrañeza a la que no estoy habituado.

Al final del circuito, cruzamos en lancha a la isla San Martín. Nos bañamos en una pequeña playita paradisíaca con las cataratas de fondo, en un paisaje idílico, de ensueño. "Si el Paraíso existe, debe parecerse bastante a esto", pensé. Después de bañarnos, hicimos una subida muy empinada que culminó con la vista de unas gigantescas aves negras y con las cataratas bien cerquita, de frente, temibles. Descendiendo de la cima de la isla decidimos sumergirnos nuevamente en la playa.













Cruzamos nuevamente al continente y decidimos transitar el Sendero Macuco, que suele recomendarse para un segundo día de visita. Se trata de un camino selvático, relativamente silencioso, que culmina en el salto Arrechea, donde es posible bañarse. Tras recibir unos buenos piedrazos disfrazados de agua en la espalda, me alejé un poco de la zona de baño y escribí en mi cuaderno que hay que succionarle a la vida hasta la última gota, experimentar cada momento al máximo - es todo lo que nos queda. Luego telefoneé a mi madre para agradecerle el haberme otorgado la vida. Ary también le agradeció a su madre el milagro de la existencia.



Cuando retornamos del Sendero Macuco quedaba una hora para el cierre del parque. Si nos apurábamos podíamos recorrer el Circuito Superior (el único que nos faltaba), tirando por tierra la teoría de Richard de que era imposible recorrer todo el parque en un sólo día. Sin detenernos demasiado, proseguimos la caminata.

Desde el circuito superior, en el que se tienen las mejores vistas de las cataratas, escribí una especie de haiku acuático:

el agua es aire del tiempo
cristal de cielo derretido inyectándose
en las venas del mundo

A las seis de la tarde pasó con toda puntualidad un guardaparques invitándonos a retirarnos. Nos fuimos conformes con todo lo que habíamos caminado, sabiendo que habíamos disfrutado al máximo cada instante dentro del parque. Así, con esa sensación de plenitud, me despedí de la primera de las siete Maravillas Naturales del Mundo que conocí. (Todavía faltan seis...)


Sabíamos que tomarse un micro de ida a las cataratas se justificaba para no perder tiempo de estadía en el parque pero que, a la hora de volver, no teníamos que hacer más que acercarnos a la playa de estacionamiento y buscar algún vehículo que no tuviera inconvenientes en alcanzarnos de nuevo hasta la ciudad. Empezamos a preguntar y una familia nos dijo que podía llevar a uno de los dos. Yo estaba más necesitado, debido a que casi no me quedaba dinero argentino, por lo que fui quien se subió. Al ser uno solo, para Ary también sería más fácil conseguir lugar. Nos despedimos y le propuse que nos encontráramos en la terminal.

Cuando subí al auto y vi que había bastante espacio como para que entráramos cómodamente Ary y yo, le pregunté el conductor (un joven provinciano de unos treinta años) si podía pegarle el grito a mi compañero, a lo que me respondió monótonamente "unito nomás le llevamos", calcando exactamente las palabras y entonación que había utilizado antes para proferir esa misma frase.

Llegado al centro (me dejaron lejos de la terminal y tuve que caminar unas cuantas cuadras) me desencontré de Ary y comenzó mi calvario: yo no recordaba el camino de regreso al camping. Tampoco la dirección, ni el nombre. Mi escaso sentido de orientación me jugó una mala pasada. Comencé a preguntar por un camping "que atiende un señor canoso, con anteojos, que está siempre en cuero..." y, referencia va, referencia viene, terminé cruzando a pie todo Puerto Iguazú en dirección al Camping Municipal. Cuando me convencí de que era imposible que hubiéramos caminado tantas cuadras la noche anterior, pedí ayuda en un almacén. El dueño, César, y sus colegas, me invitaron a sentarme y a tratar de descifrar, con los pocos datos de los que disponía, de qué camping se trataba. "Es la casa de un hombre, desde afuera ni parece un camping", les explicaba yo. "Ahora se están abriendo aquí tantos campings de un día para otro que uno ni se entera..." me respondían, pensativos. Pero Richard había mencionado que estaba instalado con su camping desde hacía más de veinte años. Mi celular no tenía ni crédito ni batería, pero afortunadamente César consiguió un cargador que me salvó la vida. Anoté el número de Ary y me prestaron un celular para mandarle un mensaje. Al rato llegó el texto de la redención: "Camping La Modista, San Lorenzo cerca de Av. Córdoba". Lógicamente, para llegar ahí debía volver a atravesar toda la ciudad...

Llegar al camping después de tres horas de búsqueda desesperada fue como volver a casa después de un naufragio. Allí estaban los músicos, artesanos, y locos que conforman la gran familia viajera del mundo. Después de cenar nos quedamos charlando hasta tarde con Gabo, malabarista callejero que había vivido durante cuatro años en Brasil y que nos pasó mucha data muy buena para nuestro viaje en cuanto a lo que lugares, costumbres y gente se refiere.





3 comentarios:

  1. Estuve hace un mes en Misiones, y en lo del Richard... personaje si los hay! cuando llegamos, mi novio casi lo mata y casi nos vamos xq nos pareció mala onda y medio zarpado! jaja después terminó prestándonos la cabaña xq se nos mojó la carpa, y la mujer haciéndonos tortas fritas!!!!

    q buen relato!! buen camino y buena vidaaaaaaaaaaa!! =)) Cande, de Mar del Plata

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  2. estuve hace un mes en Misiones, y en lo de Richard! personaje si los hay!!! primero mi novio lo quiso matar, x mala onda y zarpadito! pero nos terminó prestando la cabaña xq se nos había mojado la carpa, y la mujer haciéndonos tortas fritas... unos genios!!!

    buen camino y buena vidaaaaaaa!! Cande, de Mar del Plata.

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    1. jajaja qué grandes!! sí, en el fondo los viejos son un amor!
      gracias Cande, buen camino y buena vida para vos también!

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