"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

viernes, 22 de marzo de 2013

La Patagonia es un sueño eterno I


Con la brújula apuntando hacia las -aún lejanas- Torres del Paine, me tomo un colectivo hasta las afueras de Valdivia y le entrego mi suerte al Camino. El día está espectacular, el cielo azul e inmenso me proyecta hacia la esperanza.

Rápidamente me levanta un muchacho con su auto algo destartalado. Con él mantengo una discusión sobre el sistema educativo de Chile, tema que se ha puesto a la orden del día tras la lucha llevada a cabo por los estudiantes y docentes hace unos meses. Si bien se auto-proclama "de centro izquierda", este tipo, que se dirige a Río Bueno para pasar el día junto a su familia, se mantiene irreductible al afirmar que, según él, la educación debe ser privada. "El que quiere estudiar, debe ganárselo pagando. De lo contrario, las universidades se llenarían de vagos". Por otro lado afirma que, dado que la izquierda -refiriéndose al gobierno de Michelle Bachelet- "ha robado mucho en los últimos años", era sumamente necesaria una presidencia de derecha para equilibrar los tantos. Un gran porcentaje de las personas que conoceré a lo largo del viaje adherirá a esta visión de la democracia como una balanza entre izquierda y derecha, donde ambas se reparten el mandato por turnos para cuidar que ni una ni otra robe en demasía. Pocos serán los que mantendrán una posición ideológica más firme al respecto; la mayoría se considerará ideológicamente de centro.

El tipo me deja en una estación de servicio, en la que me detengo sólo un par de minutos hasta que una 4x4 llena de mochilas en la caja me cede lugar y continúo viaje. Se trata de cinco jóvenes valdivianos que se van a pasar el fin de semana al lago Llanquihue. Éstos me dejan en las afueras de la ciudad de Osorno, donde debo tomar la ruta hacia Argentina. La mayoría de los camiones chilenos que se dirige hacia el sur de su país (principalmente a la ciudad de Punta Arenas) hacen buena parte del recorrido por suelo argentino, algunos por la Ruta 40 y otros por la Costa Atlántica. A ellos pretendo atar mi destino.

La impresión que me da Osorno es que debo huir de allí prontamente para evitar el cemento interminable y el tránsito agobiante. Con mis pies como único carruaje camino un puñado de kilómetros bajo un sol bastante fulero buscando un buen lugar donde hacer dedo. De las rutas chilenas, esta fue la que más trabajo me costó. No encontré un sitio realmente propicio para el autostop; los vehículos pasaban y pasaban, incontenibles. Tras aproximadamente una hora de intentos fallidos, un colectivo de línea frenó, a pesar de que yo no le había hecho ninguna seña al conductor, y me llevó -sin cobrarme boleto- hasta Entre Lagos, pueblo ubicado a mitad de camino de la frontera chileno-argentina.

Para ese entonces el hambre ya era una sensación absolutamente viva en mí. Compré unos sánguches en un bolichito a un costado de la ruta. Me senté en la puerta a comer bajo una tenue sombra, con la alegría de estar inmerso en un hermoso paisaje patagónico pero con la conciencia de que, siendo ya más de las cuatro de la tarde, la distancia recorrida hasta ese momento durante el día no había sido la ideal.

Una pareja de chilenos que almorzaba en una de las mesas de la puerta del local me invitó a sentarme con ella. Eran dos señores chilenos que habían ido a pasear del lado argentino. "Qué lástima, estamos volviendo a Chile. Si estuviésemos yendo para Argentina te llevaríamos, ¡nos sobra lugar y todo!". Realmente se mostraban apenados por no poder ayudarme. Se ve que les caí en gracia. "¿Hasta dónde viajas?" me interrogan. "Hasta las Torres del Paine", respondo -y ellos abren mucho los ojos, como avisándome que la distancia es enorme-. "Vengo viajando desde Córdoba, Argentina, a dedo. Ya van más de 1800 kilómetros..." les digo, como para convencerlos de que la cosa va en serio. Pero ellos tienen un as bajo la manga, una noticia para que el sorprendido pase a ser yo. "¿Ves ese camión que está estacionado allí? -y me señalan el mismo modelo de camión blanco, gigante, en el que viajé en dos oportunidades entre Santiago y Valdivia-. Se dirige a Punta Arenas" - Y ahora al que le toca abrir los ojos bien grandes es a mí. Me acerco a toda velocidad al vehículo y me encuentro con el conductor, un hombre robusto, de baja estatura pero de importante anchura, de ojos chiquitos y bigote prominente. Usa gorrita y parece un oso viejo. Le planteo la situación y, sin pensarlo demasiado, acepta llevarme con él. Voy corriendo a buscar mi equipaje y en el camino me despido de la familia, que se pone muy contenta por mí. Nos deseamos buena suerte, y ahora me dirigo junto a Omar hacia la Patagonia profunda.

Ingresando al Parque Nacional Puyehue primero y al Nahuel Huapí después, el paisaje verdoso y lleno de vida que nos aplastaba se ve progresivamente trocado por árboles grises, convalecientes, desnudas víctimas de erupciones volcánicas del pasado reciente. A ambos costados de la ruta, montañas de ceniza blanquecina nos ladean permanentemente, como bancos de arena salidos de las profundidades de la Tierra para observar las idas y venidas de los hombres en la superficie del mundo.






Al llegar al paso fronterizo chileno, Omar me incluye como su acompañante en los trámites migratorios. Es decir, hacemos el papeleo como si viajáramos juntos. Una vez en el lado argentino nos advertirán que, de andar cualquiera de los dos en algo raro (o él traficando ilegalmente algo en el camión, o yo transportando sustancias prohibidas o cosas parecidas en mi mochila), caeríamos los dos como responsables. De todas maneras, yo confío en que Omar sólo lleva colchones, como me dijo, y él también confía en mí ya que, a pesar del aviso del milico, no amaga con rehacer el trámite. 

Pero la peor noticia no tiene que ver con ese formalismo protocolar incumplido. El verdadero notición con que nos reciben en la frontera argentina es que, debido a un feriado nacional, no puede pasar ningún vehículo hasta que no se termine el día. OK, ¡pero tampoco nos permiten volver a Chile! Son las 19 hs cuando nos dicen esto. No tenemos comida y no hay ningún sitio donde proveernos. No podemos volver atrás para comprar, pero tampoco podemos cruzar y seguir viaje en busca de alimento. Estamos en una especie de purgatorio, ni chileno ni argentino ¿Qué hacer entonces? Ninguna respuesta coherente por parte de los milicos. ¿Dónde dormir? Nada. Sólo resta comerse 5 horas (hasta las 00hs del día siguiente) dentro del camión, con la vista perdida en cualquier sitio, en ayunas y con la bronca de no haberlo sabido antes...

Para un camionero no puede existir peor noticia. Cada hora de retraso en la llegada a destino puede significar la pérdida del horario de descarga de mercancías, lo que implica sumar días de estadía fuera de casa y, por ende, lejos de la familia. En los ojos del viejo camionero veo correr los kilómetros, uno tras otro se suceden como flashes chispeantes de eternidad imposible. La impotencia de Omar me recuerda la del Diego en el '94. "Me cortaron las piernas" es una frase que se amoldaría a la situación. Pero Omar no está para poesía ni frases maradonianas; él descarga su furia repitiendo incansablemente los vocablos chucha la wea, poweón, chucha su madre, estos weones hacen puras weadas, de haberlo sabido antes, powón, pasábamos la noche en Enche Lagos, chucha la wea...

A primera hora de la madrugada, sin siquiera un segundo de atraso, Omar mete pie en el acelerador y atraviesa el puesto fronterizo, todavía soltando improperios para con las autoridades milicoides nacionales. Yo me tiro a dormir en su cama, detrás de los dos asientos, mientras él devora en la noche kilómetros y kilómetros de patagonia argentina: Villa La Angostura, Bariloche, El Bolsón, Esquel, van cayendo como piezas de dominó bajo la suela imperturbable del camionero. El viaje culmina en el fin de la noche, cuando, siendo ya las 7 de la mañana, el viejo oso necesita un pequeño descanso con que reponer energías, luego de tanta patagonia prostituida por las ruedas de su camión.





2 comentarios:

  1. Muy interesante! arriesgado pero enriquecedor. Narrás muy bien tus experiencias. Espero, en algún momento (cuando la música te deje algo de tiempo), leer un libro tuyo.

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  2. Totalmente enriquecedor! Gracias por el comentario

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