"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda

jueves, 14 de febrero de 2013

Hacia la Patagonia chilena


Santiago de Chile. Día domingo. La selección nacional de fútbol jugando. Todos los comercios cerrados. Un argentino desorientado sin saber para dónde encarar...

Tenía escasa moneda local (el equivalente a 10 dólares) y las casas de cambio no habrían hasta la mañana siguiente. Era tarde para probar hacer dedo hacia el Sur. ¿Qué hacer? ¿Tomar un transporte hasta la siguiente ciudad? ¿Con qué dinero? Y en ese caso, ¿abandonar la aventura autostopera? O quedarse a pasar la noche en Santiago, pero ¿dónde? ¿En una plaza, como en Mendoza? ¿En la terminal?

Para aclarar mis ideas me metí en un cyber. CouchSurfing podía ser la respuesta. Lo más apropiado es enviar una petición de alojamiento con bastante anticipación, pero con probar no perdía nada. Envié una solicitud abierta, visible para todos los usuarios de la Región Metropolitana de Santiago, pidiendo que me contactaran urgentemente. La rueda de la fortuna giró de manera ascendente: casi al instante me respondió un usuario que vivía bastante cerca del cyber donde me encontraba. Encantado con los avatares que el Destino me confería, caminé las 5 o 6 cuadras que me separaban del departamento. Así conocí a Leo, viajero y programador informático. Tenía una habitación libre para alojar a los surfers del mundo que recaían en Santiago. Me invitó unas chelas y pizzas, y charlamos harto rato sobre su viaje a las Torres del Paine, poco tiempo atrás. Me dibujó un mapa del recorrido y me recalcó sus ganas de volver, dada la extraordinaria belleza del parque.

Me despedí de Leo a las 9 de la mañana del día siguiente, lunes 28 de enero. Cambié algunos pesos argentinos por pesos chilenos, sorprendiéndome por la baja cotización de nuestra moneda ($1 argentino = $60 chilenos), y me tomé el metro hasta la estación San Antonio Hurtado.

A todo esto, la sensación que me produjo Santiago fue la de una capital segura y ordenada, donde todo parece funcionar según lo previsto. Lejos del caos urbanístico de otras grandes ciudades latinoamericanas tales como Lima o La Paz, donde los colectivos parecen autitos chocadores en busca de pasajeros, Santiago se maquilla de ciudad europea e iza la bandera de orden y progreso. No por esto deja de moverse dentro de ese tic-tac, ese ritmo acelerado y enfermizo de las capitales del mundo.


Comienzo a caminar hacia el Sur, buscando un buen sitio para el autostop. En la primera COPEC (estación de servicio nacional de Chile, aunque de gestión privada) que me cruzo, un hombre me invita a llevarme a un lugar "donde salen hartos camiones pal sur". Su hijo se ha ido a dedo con tres amigos, iniciando el viaje allí. El hombre se muestra muy dispuesto a ayudarme. "¡Tu podrías ser mi hijo mochilero!" me dice. Nos despedimos diciendo que ¡viva Chile!, ¡viva Argentina! y ¡viva Latinoamérica!

Me dejó en un centro de carga y descarga de mariscos, en la salida sur de la ciudad. Ingrata fue mi sorpresa cuando los guardias de la entrada me informaron que sí, que allí se descargaban mariscos, que sí, que de allí salían camiones hacia el sur, pero que no, que los lunes no se trabajaba... 



Las buenas intenciones del hombre se habían convertido ahora en una complicación... Caminé y caminé en busca de un lugar donde hacer dedo, pero me encontraba encerrado en medio del gris opaco del cemento santiaguino, mal posicionado de cara a alguna salida. Cansado, hice caso a la recomendación de unas personas y me tomé un colectivo de línea hasta la Avenida Colón, desde donde partían buses hacia el Sur. Pero un pasaje de larga distancia no era lo que yo buscaba. Un cartel que señalaba la existencia de una Shell a un kilómetro de distancia me tendió sus alas. Así, lo que siguió fue una ardua jornada de trekking urbano, caminando en los escasos 30 o 40 centímetros que separaban el vallado de la autopista del alambrado militar vecino. Es decir, una pseudo-mini-banquina intransitable... por momentos tuve que caminar de costado encima del vallado, dando pasos minúsculos y cuidando no caerme a la autopista por el peso de la mochila, sosteniéndome con el alambrado militar. Todo esto con el ruidito de los autos pasando a toda velocidad, fium fium, casi rozándome, mientras yo cantaba a todo pulmón "lo que nos ocupa es la conciencia, tan tan, charanaranaranán, esa abuela que regula el mundo, tan tan, charanaranaranán...".



Agradecido al Camino por concederme otra oportunidad una vez superado con éxito ese arriesgado tramo de trekking urbano, alcancé la estación de servicio. No tenía dudas: este era el lugar inmejorable del que debía erguirse mi salvador. Apenas tuve tiempo de acomodarme en la salida, cuando una mujer que había parado con su camioneta a comprar cigarrillos me llevó hasta Rancagua, ciudad minera ubicada 90 kms al sur de Santiago. Me pasó su número de teléfono por si llegaba a pasar la noche allí (lo cual habría significado una auténtica catástrofe autostopera) y me dejó en un peaje.

Me ubiqué en la salida del peaje, junto a un grupo de señoras que vendían sánguches en la banquina. El Sol pegaba fuerte; afortunadamente, pocos minutos después ya estaba en el asiento de acompañante de la camioneta de Antonio, con quien anduve unas 4 horas. Me invitó a almorzar en un parador, y en el camino conocí a su familia, que lo esperaba en la ruta para volver a casa. Me dejó en las cercanías de Bulnes, pasando Chillán. Una vez allí, caminé una media hora hasta el siguiente peaje, mientras el Sol se iba escondiendo lentamente.




Cuando todavía asomaba algún rayito de luz, frenó un camión. Uno grande, imponente, blanco, de origen alemán, con tres escalones para alcanzar la puerta... El conductor era hincha de Colo Colo y, tras la correspondiente charla futbolística, comenzó a introducirme en la temática del conflicto mapuche / estado chileno que se desata en la zona araucana desde hace años. "Aquí, en esta estación de servicio -me señalaba el camionero- los mapuches han prendido fuego tres camiones hace 15 días". Como medidas para hacer sentir el reclamo por sus tierras ancestrales, el pueblo mapuche ha resuelto llevar a cabo métodos de acción directa. "En mi empresa ya no transitamos más por esta zona después de las once de la noche, y nunca estacionamos por aquí. En general, los mapuches reclamaban de esta forma, cortando la ruta o incendiando camiones, pero sin víctimas fatales... pero hace unas semanas han incendiado la casa de una pareja de latifundistas, con toda la familia dentro. De todas maneras -me tranquilizó- tú no debes temer, eres un viajero. A ti no te harían nada. La suya es una lucha contra los capitalistas y el Estado".



Me dejó en la COPEC de Lautaro alrededor de las 23 hs. Entendí que lo mejor era aguardar al nuevo Sol para continuar. 641 kilómetros en un día no estaba nada mal. Además, el simbolismo de haber amanecido en Santiago y de pernoctar en Lautaro, nombres de mi hermano, mi primo y mis dos grandes amigos de la infancia, me hacía sentir más cerca de mi gente, y esa cercanía era un antídoto para la soledad de la noche chilena.

Acampé bajo unos árboles de la COPEC. "Puedes dormir ahí, pero desarma la carpa antes de las 7 de la mañana, o viene el jefe y nos echa po" me advirtieron los empleados nafteros, suplicantes. Estrené mi anafe cocinándome unos fideos en plena playa de estacionamiento de la estación de servicio. Un niño quiso ser mi amigo y me regaló unas galletitas de miel. Después escuché cuando le decía a su madre. señalándome, "ese señor es mi amigo", y también vi cuando la madre me miraba y no respondía a mi saludo. De lo que se infiere que la humanidad, generación tras generación, tiende a su auto perfeccionamiento...



No hay comentarios:

Publicar un comentario