13/VII/2016
Como un desprendimiento del viaje que me llevó de Brasil a París a principio de año [relato provisoriamente inconcluso] se precipitó una vuelta furiosa al Viejo Continente en la mitad del corriente, envuelta en tangos y gipsy jazz. La fase tanguera de este Euroviaje estuvo determinada por el calendario del grupo Diagonales, al que me sumé en calidad de invitado. El primer destino de esta Gira Diagonálica fue Berlin.
En el podio de las capitales del mundo con mayor población turca, la Berlin hiper-cosmopolita que imaginaba me dejó como impresión prima una necesidad general del manejo del alemán como enclave indispensable e insustituible para la comunicación, condicionada siempre por la voluntad del interlocutor de turno, la cual tuvo manifestaciones variopintas, como ser:
A) El conductor del primer ómnibus que me tomé, que no tuvo empacho en responderme con total naturalidad, ante mi manifiesta sospecha de estar yendo en la dirección contraria a la de mi destino después de diez minutos de andar, "¡sí! por supuesto, estás yendo en la dirección contraria, claro...", pero en un alemán frío y lejano, comprendido por mí más por sus señas y su tono de voz que por mis competencias lingüísticas -nulas- en el idioma;
B) La señora turca que atendía el café donde desayuné un jugo de naranja, quien, por motivos por mí desconocidos, siendo turca y viviendo en Berlín, tenía un mejor dominio del castellano que del inglés;
C) El muchacho de tez morena y nariz prominente que viajaba a mi lado escuchando una especie de "cumbia turca" que, ante mi consulta sobre la ubicación de la calle Fontanestrauße, desnudó el hecho de nuestra incompatibilidad idiomática.
Supongo que entre la gente joven que puebla los bares y las fiestas alternativas es posible establecer vínculos comunicacionales de un grado de mayor complejidad, pero mi experiencia (en la farmacia, en la casa de comida árabe, en la cafetería) fue la de un foráneo total incapaz de entender una palabra.
Debo decir en mi favor, de todos modos, que a lo largo de mi estadía -de poco más de 24hs- en la capital germánica aprendí cabalmente tres palabras, tanto en su pronunciación como en su significado y en su correcta contextualización a la hora de ser empleada en la vida cotidiana, y estas fueron:
I) DANKE, para dar las gracias (nótese el parecido al inglés THANK YOU => zenkiu, dankiu... DANKE sería una versión endurecida de algún remoto origen anglosajón en común (?)
II) STRAUßE, pronunciado strausse (la ß es una ss), significa "calle". Casi todos los nombres de éstas son terminados con este vocablo. Así, el estudio donde nos hospedamos se ubica en la Kolonnestrauße, a la vez que el Café Brüne está emplazado en la Fontanestrauße, mientras que uno de los stickers de Bubu que pegué en la vía pública fue a parar a un cartel de la Czeminskistrauße, etc...
III) APOTHÈKE, farmacia .-
Por la noche, la Puerta de Brandeburgo fue una parada obligada antes de emprender una excursión por los Caminos del Sueño. Luego de unas cervezas post-concierto (cálido, amigable e introspectivo) nos acercamos a la imponente estructura con ojos cansados pero, al menos en mi caso, ávidos de descubrimientos arquitectónicos y de lugares emblemáticos de destacadas connotaciones históricas. Lamentablemente, la contemplación del famoso monumento en el que las tropas de la SS desfilaron la tarde del ascenso de Hitler al poder fue efímera. Apenas pudimos detener el auto un par de segundos antes de ser detectados por un agente de las Fuerzas del Orden, que comenzó a acercarse a nosotros con presuntas intenciones interrogatorias. Abandonamos al instante el sitio, temiendo dejar a nuestras espaldas la estela de una indeseada -aunque, con certeza, absolutamente memorable- persecución policial.