Volví a Salvador de Bahía junto a Wilson & Carina y me despedí de ellos por la noche, tras pasar la tarde en el Pelourinho (probé el acarajé, comida típica que preparan las baianas a base de pan, salsas, verduras y camarones). Mi pareja brasilera favorita se quedaría en la ciudad unos días más y luego viajaría hacia las playas del norte antes de regresar en avión a San Pablo, mientras que yo rumbearía para la Chapada Diamantina con el objetivo de brindarle a mis piernas unas buenas dosis de caminatas y aventuras.
Tomé un micro a última hora y llegué a Palmeiras a las 7 de la mañana. En la "terminal" había una camioneta Van que por R$10 te llevaba al Vale do Capao (el pueblo hippie del que todos hablaban, "el San Marcos Sierras de Brasil") pero, haciendo caso a la recomendación de un chileno que había conocido en Itaparica, opté por ir a dedo. El chofer de la Van me dijo que eso era moito difícil y se fue con tres cordobesas que habían llegado en el mismo micro que yo.
Caminé por el pueblo de Palmeiras que todavía dormitaba, sintiéndome a gusto con el aire de montaña, las casitas de colores y las calles empedrabas que subían y bajaban según los caprichos de Gea. Llegué hasta un cartel que indicaba la distancia de 20kms al Vale do Capao, caminé un poco más y le hice dedo al primer coche que pasó. Frenó. Era un flete.
El conductor y su acompañante se apretaron en la cabina para cederme lugar y, después de conversar un rato, me quedé dormido. A pesar de la corta distancia que debíamos recorrer,
"Para mí sólo recorrer los caminos que tienen corazón, cualquier camino que tenga corazón. Esos recorro, y la única prueba que vale es atravesar todo su largo, y esos recorro mirando, mirando sin aliento" Castaneda
jueves, 27 de noviembre de 2014
domingo, 2 de noviembre de 2014
Itaparica - la poesía del viento
Una de las cosas que siempre recuerda mi padre de su viaje a Brasil de 1989 es el record que alcanzó en la isla de Itaparica. El mismo consistió en pasar 45 días consecutivos descalzo, sin interludiar la desnudez de sus pies con ningún tipo de calzado. Claramente, sentía que debía conocer el lugar donde se había gestado tamaña leyenda.
Salí junto a Wilson & Carina del Pelourinho. Bajamos por el Elevador Lacerda y caminamos hasta el Mercado Modelo. Desde allí unas lanchas nos cruzaron a Itaparica por R$5,20. El viaje fue de una media hora, afortunadamente sin turbulencias (las sufro en demasía).
Cuando llegamos a la isla nos encontramos con una urbanización mayor a la que me imaginaba. Colectivos, supermercados, mucha gente, música a todo volumen en la calle... La imagen que me había formado de una isla casi despoblada y paradisíaca (al estilo de la Isla del Sol) se diluyó al instante. En el lugar donde nos econtrábamos ni siquiera había campings; sólo posadas.
Nos tomamos un colectivo hasta la playa de Berlinque, a 24 kms de distancia, para encontrar un sitio donde estaquear nuestras carpas. El cambio fue favorable también desde lo paisajístico: ahora veíamos a la ciudad Salvador más lejana, como una hilera de colmillos apuntando hacia el cielo en el horizonte.
Salí junto a Wilson & Carina del Pelourinho. Bajamos por el Elevador Lacerda y caminamos hasta el Mercado Modelo. Desde allí unas lanchas nos cruzaron a Itaparica por R$5,20. El viaje fue de una media hora, afortunadamente sin turbulencias (las sufro en demasía).
Cuando llegamos a la isla nos encontramos con una urbanización mayor a la que me imaginaba. Colectivos, supermercados, mucha gente, música a todo volumen en la calle... La imagen que me había formado de una isla casi despoblada y paradisíaca (al estilo de la Isla del Sol) se diluyó al instante. En el lugar donde nos econtrábamos ni siquiera había campings; sólo posadas.
Nos tomamos un colectivo hasta la playa de Berlinque, a 24 kms de distancia, para encontrar un sitio donde estaquear nuestras carpas. El cambio fue favorable también desde lo paisajístico: ahora veíamos a la ciudad Salvador más lejana, como una hilera de colmillos apuntando hacia el cielo en el horizonte.
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