Cuando Manolo encendió su camión y la jaula que nos apresaba comenzó a vibrar, supimos que era hora de despertar. El sol apenas entibiaba desde el horizonte.
La tierra, colorada como una cancha de tenis de polvo de ladrillo, nos dio la bienvenida a Misiones y, después de cuatro horas de viaje, llegamos a su capital, Posadas. Manolo nos dejó en una YPF y, tras unas fotos en el camión-jaula y en un contexto muy caluroso, bifurcamos nuestros caminos.
Esperamos a la familia de Ary bajo la protección de la tienda de la YPF y su aire acondicionado. Mientras aguardábamos, leímos algunos diarios zonales. La noticia que más atención nos despertó fue el asesinato de una maestra en Posadas: el principal sospechoso del homicidio había declarado que, en realidad, ella "se había caído" encima del cuchillo.
Llegaron los parientes de Ary y, comandados por su tío-abuelo Roberto, nos llevaron a su casa, situada frente a un mercado de verduras. Nos recibieron de maravillas, con almuerzo y tereré. Después de lavar nuestra ropa e higienizarnos, decidimos que una de las actividades que no podíamos pasar por alto durante nuestra estadía en la capital misionera era la ingestión de chipa. Salimos a buscarlo, preguntándole a cada transeúnte que nos cruzábamos dónde adquirirlo, pero a esa hora era un artículo agotado. Durante esa primogénita caminata en Posadas, llamaron nuestra atención especialmente la vegetación abundante, las casas hundidas en la tierra rojiza y la gente, tomando tranquilamente tereré en la puerta de su casa y saludándonos con amabilidad.